Saltamontes fritos, un manjar al paso en Uganda



"Son deliciosos", dicen los que los consumen en la calle, cuando hacen un alto en el trabajo. Hay muchísimos vendedores de este plato
Marche otro saltamontes.
En Uganda, cada año durante la época de lluvias en noviembre y diciembre y abril y mayo, los mercados y las calles se llenan de vendedores que ofrecen un tipo de comida muy particular: saltamontes fritos.El clima húmedo y caluroso hace que abunden los "nsenene", como se llama en luganda (uno de los idiomas del país) a un tipo de saltamontes verde, fino y con largas antenas.Cuando anochece, los "cazadores" de saltamontes ponen en marcha sus "trampas" para atraer a estos insectos: encienden intensas bombillas de luz blanca y ultravioleta e instalan enormes paneles metálicos como paredes sobre numerosos barriles.Los saltamontes, atraídos por la luz, chocan con los paneles y resbalan hacia el interior de los barriles, de donde ya no pueden salir.Al amanecer, recolectores e intermediarios ofrecen su mercancía a vendedores que se repartirán por todas las zonas de Kampala.En el bullicioso mercado de Nakasero, en el centro de la ciudad, grupos de mujeres se afanan pelando saltamontes vivos y arrancándoles las patas."No me da cosa agarralos vivos y hacerles esto: nosotras somos profesionales", dice Jessica entre las risas de sus compañeras, todas sentadas en el suelo junto a sacos llenos de estos insectos, que siguen vivos durante un tiempo tras perder su piel y sus patas.Estas mujeres trabajan con vendedores como Mawe Robbins, un joven de 26 años y que desde hace cuatro se dedica a la venta de estos animales durante "la temporada del saltamontes"."No acabé la escuela y mi tío me enseñó el negocio", cuenta Robbins entre un cubo lleno de saltamontes fritos con cebolla y una bandeja repleta de estos insectos crudos.Los dos tipos cuestan lo mismo: 5.000 chelines ugandeses (1,6 euros) por unos 200 gramos, un precio demasiado caro para gran parte de los clientes, que se contentan con una enorme cucharada en la que caben varios saltamontes y que vale 1.000 chelines (0,32 euros).Robbins explica que "hay gente que prefiere los saltamontes cocidos o cocinados de otra forma que no sea fritos" y de ahí que también se vendan crudos."Son deliciosos", dice Ahmed Mubir, un joven ugandés en traje y camisa que acaba de salir del trabajo y se ha detenido a comprar una bandeja de saltamontes fritos."Los he comido toda la vida, como aperitivo o tentempié, y estos días me suelo parar a comprar tres o cinco veces por semana, aunque éstos son para mi mujer y mis hijos, a quienes les encantan", cuenta Mubir.Aunque el saltamontes es muy apreciado en Uganda y está generalmente considerado como un manjar, no son muchos los blancos que se animan a probar estos insectos."No hay muchos 'mzungus' (persona blanca) que me compren saltamontes, sí les vendo más a los chinos y, una vez, una chica de Nueva Zelanda devolvió aquí al lado justo después de probarlos", relata Robbins entre risas.En otro lugar de la capital, en la concurrida calle de Kabalagala, donde se aglomeran bares y pubs, Yasin Muska es uno de los vendedores callejeros que ofrecen saltamontes fritos a la gente que acude a la zona a tomar algo."Mira, pongo mi número de teléfono en la tapa de la bandejita y la gente me puede llamar y los llevo a domicilio", señala Muska, quien añade que tiene varios clientes fieles en la zona, incluidos tres "mzungus".El saltamontes no solo se come en Uganda, también se consume en México, donde los llaman "chapulines", y en China y en otros lugares de África, donde son una importante fuente de proteínas.La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) está desarrollando una guía que aconsejará a los países incluir insectos en sus planes de seguridad alimenticia.La FAO ya señaló en 2008 que "el mundo de los insectos ofrece posibilidades muy prometedoras tanto nutricional como comercialmente" y hay planes para organizar un congreso mundial sobre el asunto en 2013.

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